Inflación y estancamiento económico como rumbo del modelo

Apuntes sobre el proceso actual en Argentina, donde la estanflación conduce a una masiva transferencia de ingresos de los sectores populares hacia los más ricos.

Por Bruno Susani*

La política económica neoliberal aplicada por el gobierno de Macri ha provocado una situación de estanflación donde coexisten un alto nivel de inflación y una mediocre evolución de la actividad económica. Las medidas fueron tomadas para satisfacer los intereses de sectores minoritarios, en particular los terratenientes, los accionistas de los bancos y los concesionarios de los servicios públicos. La estanflación es una situación bien conocida de los economistas que conduce a una masiva transferencia de ingresos de los sectores populares hacia los más ricos.

En 1958, Alban W. Phillips, un economista neozelandés de la London School of Economics, cuya vida real se asemeja a una película de aventuras, publicó en la revista Economica un trabajo de investigación muy importante que lo hizo pasar a la posteridad. Dicho estudio consistió en medir la evolución de los salarios en relación con la evolución del desempleo en Inglaterra, entre 1867 y 1957. Haciendo corresponder las evoluciones porcentuales anuales de las dos variables, en periodos fraccionados, observó, calculó y mostró la existencia de una relación inversa entre la variación de los salarios y el desempleo. Estableció empíricamente que cuando los salarios se incrementaban disminuía el desempleo y viceversa, vale decir que cuando la actividad económica aumentaba los salarios lo hacían también. La relación así presentada es exactamente la inversa de la que describe la teoría ortodoxa o neoliberal que sostiene que el empleo aumenta cuando disminuyen los salarios. Algunos economistas consideramos que esta relación empírica de Phillips es uno de los eslabones faltantes en la teoría keynesiana. La hipótesis es la siguiente: si se incrementa la demanda global los empresarios tratarán de satisfacerla y para esto deberán aumentar la plantilla de trabajadores y habrá una tensión sobre los salarios. Recordemos que en la Teoría General, Keynes criticó el mecanicismo del modelo oferta-demanda en lo que hace al mercado de trabajo y explicó que la evolución de la cantidad de puestos de trabajo no depende del precio del trabajo, que es el salario, sino de la evolución de la demanda global.

Dos años después de la publicación del artículo de Phillips, Paul Samuelson, premio Nobel de economía en 1970, y Robert Solow, también premio Nobel en 1987, que la gran economista inglesa Joan Robinson llamaba los “keynesianos bastardos”, publicaron en la American Economic Review un artículo donde propusieron reinterpretar la relación señalada por Phillips. Sustituyeron la evolución de los salarios utilizada por Phillips por la evolución de los precios, la inflación. La sustitución de la variación de los salarios por la variación de los precios era, en apariencia, casi evidente puesto que, en última instancia, los salarios son el principal factor formador del costo de producción y por lo tanto de los precios. Observaron que, utilizando las series de la economía de los Estados Unidos, por lo menos entre 1945 y 1960, se verificaba la misma evolución inversa. Sin embargo abrieron el paraguas, en una suerte de rara manifestación de escepticismo académico y señalaron que la alternativa empleo-inflación podría ser solo válida en el corto plazo. Lo que Samuelson y Solow sugerían iba más allá de un simple cálculo econométrico puesto que insinuaban que la tasa de inflación o el desempleo podían ser alternativamente una variable de política económica que permitía monitorear la economía. Era sencillo deducir de sus cálculos que se podía bajar o aumentar la inflación incrementando o disminuyendo la tasa de desempleo vale decir que existía una alternativa entre la inflación y el desempleo. Los gobiernos según esta interpretación podrían elegir entre una baja inflación y un alto desempleo o a la inversa un bajo nivel de desempleo y una alta inflación. O establecer un mix aceptable, o no.

Esta presunción es la que funda la política económica de Macri como lo explicó el ex ministro de Hacienda Prat Gay. “Cada sindicato sabrá dónde le aprieta el zapato y hasta qué punto puede arriesgar salarios a cambio de empleos”. Vale decir que si se incrementa el desempleo se deben bajar los salarios que forman los precios. Lo peor es que el ex ministro además afirmaba explícitamente que había un exceso de trabajadores en las empresas y que si los gremios pedían incrementos de salarios demasiado elevados entonces las empresas despedirían a aquellos que estaban de más. El pretencioso ex ministro pretendía darles lecciones no solo a los gremios sino también a las empresas.

La crisis económica en los países industriales a partir de 1973 hizo que la curva Phillips en la versión Samuelson-Solow nunca volviera a verificarse, aunque ello no impidió que la polémica se prosiga aun hoy. Conviene desde ya indicar que la “desaparición” de la curva de Phillips versión Samuelson-Solow fue intuida premonitoriamente por Phelps, Premio Nobel de economía en 2006, en un artículo escrito en 1968 que sostenía “implícitamente” que Samuelson y Solow se habían equivocado. Phelps hacía suya la explicación sugerida por Keynes en el capítulo V de la Teoría General según la cual los agentes económicos toman las decisiones económicas basándose “principalmente en la presunción de que la evolución futura de la economía será similar a lo sucedido en el pasado”. Phelps sostuvo que la inflación no depende solo de la evolución de los salarios que participan en una proporción variable en la formación del precio sino también, y en una proporción significativa, de la inflación anterior. Salvo que haya una razón contundente los empresarios supondrán que la inflación seguirá siendo lo que fue sea cual fuere la evolución del empleo global que, dicho sea de paso ignoran al fijar los precios. Los formadores de precios saben que la inflación es una creación virtual de riqueza pero detestan y temen la deflación que es una destrucción de la riqueza real. Esto se debe a que el cálculo del precio se basa en el valor real de los insumos y la baja del precio esperado se traduce en una pérdida neta de capital.

Las llamadas “crisis del petróleo en 1973 y en 1981” produjeron dos evoluciones simultáneas que la teoría económica ortodoxa consideraba imposibles a saber, la coexistencia de una fuerte inflación y a la vez de una caída de la producción, ya que en el modelo oferta-demanda un aumento de los precios solo es explicable por una disminución de las cantidades, e inversamente. Sin embargo la inflación provocada por el incremento del precio de la energía produjo una recesión debido al cambio de los precios relativos. El encarecimiento de la energía provocó una disminución del ingreso remanente para la compra de otros bienes y disminuyó la demanda global, sin contar que en gran parte la energía, el petróleo, era un insumo importado y que las importaciones se restan en el cálculo de PIB. Lo peor de todo para la ortodoxia fue que el contra shock petrolero de 1986, cuando el oro negro disminuyó de nuevo a 10 dólares el barril, no produjo una reactivación económica  ni una disminución de los precios.

No obstante, el incremento del precio del petróleo en el periodo indicado dio una oportunidad a los gobiernos conservadores de los países industriales para justificar ante la opinión pública la aplicación de una política de “austeridad para luchar contra la inflación” que se basaba en lo que aconseja la Vulgata ortodoxa y… lo que reclamaban sus amigos. Reagan y Thatcher impusieron incrementos masivos de la tasa de interés, provocaron una baja brutal de la demanda global en particular de la inversión lo cual produjo un aumento del desempleo sin que por ello disminuyera la inflación. Ese período se dio en llamar la estanflación, vale decir el estancamiento con inflación. Una explicación bondadosa es que los economistas ortodoxos se “equivocaron” porque presumían, o probablemente fingían suponer, que la llamada curva de Phillips tenía una débil inclinación vertical, que hacía que un pequeño incremento de la tasa de desempleo, en el eje horizontal tendría un impacto muy importante para bajar la tasa de inflación en el eje vertical.

En la Argentina actualmente sucede algo similar: la estanflación. En 2016, la política económica de Macri impuso una devaluación brutal de la valor del peso, 63 por ciento, una disminución del gasto público, un incremento de la tasa de interés que se volvió campeona del mundo (38 por ciento). Contrariamente a lo pregonado por los economistas ortodoxos que dirigen la economía del país se produjo una inflación muy importante que llegó, en junio 2016, según el actual Presidente del BCRA, al 42 por ciento. El resultado de las medidas económicas fue una caída el PIB del 2,7 por ciento, lo cual ha hecho que actualmente el PIB per capita en Argentina sea inferior al de 2011. No obstante según Sturzenegger en su conferencia en Bank Magazine, en diciembre pasado, esa política económica es un éxito: “Durante todo este año (2017), comenzando en marzo, iniciamos una fase contractiva, donde se restringieron las condiciones de liquidez y monetarias casi de manera permanente. Esta es una medicina que hay que dejar que surta su efecto en el tiempo”. Y unas líneas después sostenía que “Hay que mirar mes a mes la inflación núcleo interanual, donde ya se percibe un proceso sostenido de desinflación, lo que se vivió durante todo 2017 y continuará profundizándose en 2018”.

Más allá del hecho de que en la economía no sucedió lo que afirma Sturzenegger ya que el propio Indec de Macri desmiente lo dicho, lo evidente es que la política económica no solo es errónea sino que parece anticuada. El banquero central hubiera podido exponer este tipo de explicaciones hace 40 años y de hecho en esa época Martínez de Hoz decía algo similar. En ese momento se hubiera considerado que repetía lo que escuchaba en los USA y lo presentado hubiera sido considerado como una innovación teórica que los economistas ortodoxos fingían descubrir. Sin embargo ya no es el caso porque la política económica monetarista fracasó en el mundo entero. Aunque Sturzenegger considere que la economía puede dirigirse desde un despacho en el BCRA manipuleando la tasa de interés, la realidad ya lo ha desmentido. La tasa de interés al 27,25 por ciento solo aprovecha a los especuladores y los accionistas de los bancos a través de las LEBAC, pero genera como fue el caso en los países industriales, hace 30 años, la estanflación. John Kenneth Galbraith, había señalado en su crítica al monetarismo que la utilización de la tasa de interés para dirigir la economía era un fracaso y exponía la razón con una simplicidad deslumbrante. Cuando se incrementa la tasa de interés se provoca una recesión económica pero es improbable que la baja de la tasa de interés permita reactivarla. En efecto, se puede atraer una piedra atada a una soga tirando de esta pero es imposible alejarla con la misma soga.

* Doctor en Ciencias Económicas, Université de Paris / P 12