La violencia que violenta

En la semana por la eliminación de la violencia de género, desde Agenda Abierta compartiremos relatos para visibilizar las violencias a las que están expuestas las mujeres desde temprana edad.

Esta fecha fue definida en 1999 por resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, para recordar a las dominicanas Patria, Minerva y María Teresa Mirábal, militantes opositoras del dictador Trujillo, asesinadas el 25 de noviembre de 1960 bajo ese régimen.

Varios años después, las mujeres nos encontramos expuestas a diferentes violencias: Social, laboral, sexual, obstétrica, cultural; que se manifiestan en distintas formas: verbal, física, psicológica y simbólica; y que muchas veces ni nosotras mismas somos capaces de distinguir.

Por ello desde Agenda Abierta le damos voz a todas ellas, a ustedes, a las que quieran contarnos, durante una semana, sus experiencias. Acá va la mía.

Por Vero Curvale

A los 13 años un tipo me encerró con sus manos a ambos lados contra la pared y respirándome muy cerca me dijo “qué lindas tetitas”, ni siquiera había menstruado aún.

Cuando tenía 17, un abuelo postizo que me adjudiqué en la vecindad de mi abuela cometió “abuso deshonesto”, llevándome a la fuerza a su taller con la excusa de mostrarme nuestro auto arreglado y me abrazó de atrás, dándome besos en la frente mientras sus manos subían. Lo único que rogaba era que me tocara, que no se quedara en la intención porque no me iban a creer. Porque yo iba a dudar de mi. Cuando entraron mi mamá y su mujer me soltó intempestivamente, esa fue mi confirmación, pero ya era tarde.

A los 24 un novio me revolcó de los pelos porque critiqué a su vieja, lo perdoné. Luego volvió a ejercer violencia física durante alguna discusión. Nos separamos por decisión de él.

Entre los 25 y 26 tuve dos jefes que me contrataron como redactora de medios y  terminaron exigiendo que limpie pisos, cebe mates, haga mandados; y me echaron por no querer hacerlo. En ambos lugares cobraba menos que mis pares hombres. Uno de estos jefes, hoy, está condenado por trata de personas.

Entre los 27 y los 29 viajé, conocí gente, y me encontré con la cruda realidad de la violencia de género: una mujer con dos hijos producto de violaciones intramatrimoniales (al tercero, abortó); otra a la que sus hijas metían en la pileta de lona para que recupere la conciencia luego de las golpizas (en ese momento separada, empoderada y feliz); otra con un marido adicto que la maltrataba, maltrataba a su hijo y la hizo perder sus amistades una a una para reducirla simplemente a que su mundo fuera él.

A los 32 parí.
Siempre fui tan consciente de los delitos que se estaban cometiendo como de la parálisis que me provocaban estas violencias. Se podría decir que al momento de parir tenía mucho aprendizaje sobre el tema violencia en general pero no obstétrica en particular, y no hice nada. No hice nada como a los 13, a los 17, a los 24 o a los 26. No porque no hubiese querido, sino porque no me salió. O como todas las veces, hice lo que pude.

A los 36 un amigo me acosó repetidas veces por las redes sociales, finalmente recibió montones de denuncias por violación, violencia y acoso. Tampoco pude contarlo.

Todos los violentos, los que nombré anteriormente, siguen sus vidas como si nada. Yo no. Esas mujeres tampoco y sus niños menos. Las marcas que dejan las violencias son indelebles, eternas, profundas. Y poder accionar solo lleva un alivio suave, una pequeña satisfacción, una luz al finnaaaaaaalllll del túnel.

Vivir con la puerta con llave, la policía como mejor amiga, ir a la escuela con custodia policial: esa es la violencia que violenta.

Ninguna mujer elige ser violentada, a ninguna mujer le gusta que le peguen, la degraden, la celen al extremo, la amenacen de muerte; a ningún ser humano creo. Y lo peor es que los violentos te sacan las ganas: de volver a enamorarte, de volver a creer, de trabajar, de parir. Tenemos muchos nombres para esto: violencia sexual, violencia de género, violencia familiar, violencia obstétrica, todas físicas, verbales y psicológicas. Pero para una mujer siempre son las mismas, la violencia de alguien que se cree superior y con poder para anular tu voluntad, tus deseos, tus anhelos y convertirlos en nada. Hacerte creer que la vida no fue hecha para vos.

Esos hombres y esas situaciones me siguen paralizando. Me he sentido incómoda en un consultorio médico, en una sala de rayos, en la calle, en el trabajo, en un cumpleaños infantil y me sigo paralizando.

Por eso decido relatarlo, para que todas veamos que no estamos solas, que a todas nos pasa y que vamos por el camino correcto; el de luchar contra el machismo y denunciar las prácticas violatorias de nuestra intimidad. Porque aunque nos hayan querido hacer creer otra cosa, nosotras lo valemos y merecemos justicia.

Por todas las que no están. Sigamos luchando.

Contanos tu historia: verocurvale@gmail.com- Wpp: 3434612997