Los anarquistas

Santiago Maldonado no es Mapuche, llegó al Bolsón hace tres meses y se acercó a la comunidad Pu-Lof en Resistencia de Cushamen para apoyar el reclamo por la libertad de Facundo Jones Huala, detenido por un caso en el que ya fue juzgado y absuelto.

Por Pablo Urrutia.

El pasado martes 1 de agosto, Gendarmería reprimió con balas de goma y plomo el corte intermitente que la comunidad realizaba sobre la ruta 40, persiguió a los manifestantes hasta la vera del río Chubut, y según relataron los testigos a algunos medios de comunicación, detuvo a Santiago. La orden de desalojo de la ruta fue dada por el juez federal Guido Otranto y las fuerzas del orden no dudaron en cumplirla.

Para quienes habitan desde hace generaciones la zona, la huida fue fácil: correr, alcanzar el río, atravesarlo y perderse. No para Santiago, que no se le animó a las aguas y trató de ocultarse entre unos matorrales. Allí fue descubierto por los gendarmes y, siempre según el relato de los testigos, golpeado y subido a una camioneta, oculto por un cerco formado por los efectivos.

Fue el último rastro de Santiago. Lo que sobrevino hiela la sangre. Rápidamente, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, hizo declaraciones asegurando que Gendarmería no había detenido al joven de 28 años. Se inició un procedimiento de averiguación de paradero cuando todo indica que hubo desaparición forzada, sí, en democracia. A cargo de la investigación para dar con Santiago está…el juez Otranto. Para ser más claro, por si hiciera falta, al muchacho lo busca el mismo juez que mandó a reprimir el reclamo, acción de la cual derivó su desaparición.

El juez ordenó a los gendarmes que lo habrían detenido, rastrillar la zona. Los perros llegaron hasta la vera del río, tal como indicaron los testigos. Y el rastreo pretendió continuar en la otra margen, dentro de la comunidad, cuando la cosa parece apuntar en sentido contrario. Allí comenzaron las dudas de parte de las fuerzas que no dudaron hasta el momento en reprimir trabajadores, mujeres y docentes en distintos momentos en distintos lugares.

Cuando sucedió la represión a los trabajadores despedidos de Pepsico, no hubo dudas. Se cumplió con una orden judicial, argumentó Bullrich Patricia, defendiendo a sus subordinados. Sin embargo, el apego a las órdenes judiciales parece flaquear ante la determinación de la comunidad Mapuche; su negativa, argumentan el juez, algunos medios y los funcionarios de Gobierno, impide continuar con la búsqueda. No aclara Otranto, ni Gendarmería por qué ese repentino respeto a la voluntad de quienes persiguen con mayor intensidad desde aquella reunión que el presidente Macri mantuvo con la presidenta Bachelet, tras la cual se dio la detención de Jones Huala.

Los testigos no declararon aún en sede judicial, blanden los jurisconsultos. Las capuchas impiden siquiera asegurar que Santiago Maldonado estuvo en el lugar, dice la Ministra. Y desde el fondo oscuro de nuestra historia reciente resuenan las palabras de Videla explicando el horror de las desapariciones, no está…

Lo temido se vuelve real, se puede desaparecer en democracia. Ya lo supimos con Jorge Julio López, con María Cash, con Fernanda Aguirre y tantos otros, pero en esas desapariciones nunca fueron señaladas con una claridad que espanta las fuerzas represivas del Estado. Y la respuesta del propio Estado es errática, lanza una recompensa de 500 mil pesos para dar con su paradero, entonces llueven los testimonios de quienes dicen haberlo visto en cualquier lugar en cualquier momento. Que no descarta ninguna hipótesis. Preocupa. Y algo más.

Los anarquistas

Un grupo de encapuchados arroja molotovs a policías motorizados, prende fuego uno de los vehículos, lastima a un puñado de agentes del orden, agrede a periodistas y, como frutillita del postre, escribe la A de anarquía, al grito de muerte al Estado. Tremendo, las pantallas de televisión arden junto con la moto. Solo falta que uno de los agitadores salga en el móvil de algún noticioso aclarando que ellos sólo pretenden el fin de la civilización occidental, las buenas costumbres y el capitalismo. No le caben más estereotipos a estos aggiornados seguidores de Miguelito Bakunim, Pedro Kropotquin y Pierre–Joseph Proudhon.

Todo se da en el marco de la manifestación que reclama la aparición con vida de Santiago Maldonado, encabezada por sus familiares, en el mismo día en que la ONU solicitó al Gobierno argentino que se busque a Santiago como una víctima de desaparición forzada.

El violento accionar de la brigada ácrata, incendia, destruye, grafitea y pelea un mano a mano con dos policías a la vista de todos, incluso de la infantería, pero no hay un solo detenido. Va de nuevo: NI UN SOLO DETENIDO. Aunque el secretario de Seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Marcelo D’Alessandro, no tiene dudas, pertenecen al movimiento de Resistencia Ancestral Mapuche(RAM) cuyo referente es Facundo Jones Huala y dice más: son aliados de Quebracho y la Túpac. Y si lo apuraban un poco, también aliados de todo lo malo en este mundo.

D’Alessandro decepciona a Esteban Bullrich y le baja la honrosa estadística de un pibe detenido por día, las fuerzas a sus órdenes no detienen a nadie, argumentando, eh… nada. Bueno, sí, que desde ese grupo “también podían salir balas”, porque claro está, alega: “no son mapuches, son delincuentes y son violentos” y el relato se cierra como un encastre perfecto, sin que uno advierta claramente en qué momento y por qué: los mapuches no son mapuches, son violentos, anarquistas, amigos de la Túpac y Quebracho, terroristas separatistas. Y todo se confunde, el reclamo de los familiares y organismos de Derechos Humanos, con la escaramuza fugaz de los anarquistas y, principalmente, el pasado con el presente. Y se confunde Patricia Bullrich, y declara a quien quiera escuchar que no se permitirá ninguna república separatista Mapuche en Argentina.

Bajo esa confusión, esa gritería inverosímil y enrarecida, continúa, permanece ese grito subterráneo que es la desaparición de Santiago. Ese abismo al que ya no queríamos asomarnos.